Felipe III nunca se interesó por los asuntos de estado (dejando esos temas a sus amigos, el Duque de Lerma y el Duque de Uceda) y se dedicaba a las fiestas, la caza, la cría de caballos, el teatro, la danza, la música y los juegos de naipes.
Era ludópata y perdió grandes fortunas jugando a las cartas con sus cortesanos.
Por problemas de salud durante su niñez, no recibió la educación adecuada para gobernar.
Era muy religioso y propició la fundación de varios monasterios.
Era un gran admirador de Tiziano y su obra preferida era era "la Venus".
Ordenó que nadie podía volver a montar un caballo en el que hubiese montado el rey, y también se aplicó a las amantes reales, lo que hizo que muchas de ellas, tras el amorío con el monarca, terminasen en conventos de clausura.
Durante su reinado, en España y todas sus colonias, se prohibió el fumar tabaco y se advertía con carteles:
"Alguaciles de la Justicia impondrán cepo o picota a todo aquel campesino, menesteroso o caballero que fuese sorprendido inhalando o expeliendo humos producidos por la planta conocida como nicotiana tabacum proveniente de las Indias Occidentales".
Murió "por el protocolo":
Por el frío invierno madrileño, colocaron un brasero junto a Felipe III para calentarle. Tras un rato, el rey comenzó a sudar bastante por el fuerte calor del brasero. Un cortesano se percató y avisó para que el duque de Uceda acudiera a retirar el brasero, ya que por protocolo, esa era su función.
No consiguieron localizarlo a tiempo y cuando llegó, el rey estaba bañado en sudor y con altas fiebres. Esa misma noche Felipe III falleció.
En 1931, en la Plaza Mayor de Madrid, hubo un atentado contra la estatua de Felipe III. Al explotar, la plaza se llenó de plumas y huesecitos. Se debió a que los gorriones entraban por la boca del caballo, quedaban atrapados y no podían salir.